viernes, 5 de febrero de 2016

¿Literatura "fragmentada" para adolescentes?

Durante mi quehacer docente a lo largo del año pasado, volvió a surgir un interrogante que ya había intentado responder dos años atrás, cuando realicé las prácticas en la materia Residencia de la facultad: ¿qué pasa con la literatura “de fragmentos” que se enseña en la escuela secundaria?
Lo padecí como alumna y lo padezco como profesora a la hora de reemplazar en algunos colegios. Los estudiantes deben leer (o han leído previamente) un fragmento de un capítulo de determinada novela que está incorporado en el libro de estudio. O un fragmento de un cuento que, por tener una extensión mayor a dos páginas, no pudo ser incluido en su totalidad en el manual.
¿Observar la esquina superior izquierda de la Gioconda puede transmitirnos lo mismo que observar la obra completa en todo su esplendor? ¿La currícula obliga a la escuela a fragmentar la literatura para poder “dar todo” lo que se exige, o la escuela elige esa forma porque es más cómodo, porque así está en el manual, porque…? ¿Es la actual “era de lo fragmentario” la que llevó a la escuela a acoger esta práctica?
No creo poder responder a todos esos interrogantes desde mi lugar y experiencia, no creo tampoco que todos los docentes de Lengua y Literatura trabajen en sus clases sólo con fragmentos. Pero sí es una práctica que se ha expandido y que considero que no ayuda en relación a esa búsqueda constante de que los alumnos adquieran hábitos de lectura. Intentaré aportar solamente algunas ideas a este debate siempre en ebullición.
La cuestión de estudiar literatura por fragmentos, astillada, acarrea consigo una consecuencia importante: es muy probable que un estudiante al que le presentan un fragmento de un texto literario no lo comprenda en su totalidad (más teniendo en cuenta otra realidad actual: que la comprensión de textos es algo que cada vez cuesta más a todos, no sólo a los adolescentes). Existen, por esto mismo, muchas posibilidades de que ese estudiante no disfrute la lectura y de que no quiera volver a recorrer ese texto (u otros) en su versión completa.
¿Por qué la escuela ve esto como algo malo, negativo por parte del alumno, y no como una falla en su forma de enseñar literatura? Parece lógico que, tenga uno la edad que tenga, no disfrute ni ponga demasiado interés en el fragmento de alguna obra literaria que nos presentan, de buenas a primeras, de la que probablemente nunca antes hemos escuchado hablar y encima sin contarnos al menos “de qué va la cosa”. Incluso de la que quizás no conozcamos autor ni contexto histórico.
Estoy tratando de ponerme en el lugar de un estudiante promedio, que no tiene incorporado el hábito de leer como algo placentero, por fuera del ámbito escolar, que muy probablemente no recibe estímulos en la casa para desarrollar ese hábito, y que está iniciándose en el camino lector a partir de lo que el colegio le ofrece.
Acuerdo con Gustavo Bombini[1] cuando propone no dejar a nuestros estudiantes solos, a merced del libro, sino reivindicar la hipótesis de que leer literatura forma parte de una práctica cultural a la que la escuela podría enriquecer, a través de la experiencia y conocimientos que el docente puede aportar.
Creo que es bastante difícil “enganchar” a nuestros alumnos con literatura fragmentada. Quizás la cantidad de contenidos que debemos dictar en el año es abrumadora, quizás nos vemos obligados a estudiar algunos de ellos (o la mayoría) a partir de fragmentos literarios. Pero también quizás podemos dedicar una hora cátedra semanal a la lectura de alguna novela juvenil o colección de cuentos que trate un tema que pueda atraparlos. Elegir un texto dramático y trabajar con los estudiantes teatro leído. Brindar periódicamente un espacio de la clase, por breve que sea, a la lectura compartida de una gran obra literaria, un “clásico” de esos que a nosotros nos dejaron con la boca abierta. Que el poder de la literatura les otorgue herramientas para comprender y sobrellevar sus problemas cotidianos, que puedan identificarse con grandes personajes y busquen accionar desde su lugar en el mundo para transformar la realidad que los circunda. Lograr transmitirles la pasión que nos genera a nosotros la lectura.
            Ustedes… ¿qué libro le recomendarían a un adolescente? ¿Qué libro los atrapó, los dejó boquiabiertos, los emocionó, los apasionó, les hizo descubrir el placer de la lectura?




[1] Bombini, G., “Cambios de paradigma en la enseñanza de la lengua” en Reinventar la enseñanza de la lengua y la literatura, Libros del Zorzal, 2006.

4 comentarios:

  1. A mi me apasionó en mi niñez "El principito", en mi adolescencia "volé con la obra de Salgari, "Sandokán, tigre de la malasia" y de joven me cautivó jorge Amado con su "Capitanes de la arena"....

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  2. En mi niñez la historia sagrada y la mitología, en versiones a mi alcance. En la adolescencia las rimas de Becquer, luego los cuentos de Corteza, y los de Quiroga. Más adelante Por quien doblan las campanas de Hemingway. Capitanes de la arena también me conmovió mucho. El Principito Y Juan Salvador Gaviota todavía me sirven de libros de cabecera, como Platero y yo, una joya de nuestra lengua.

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  3. En mi niñez la historia sagrada y la mitología, en versiones a mi alcance. En la adolescencia las rimas de Becquer, luego los cuentos de Corteza, y los de Quiroga. Más adelante Por quien doblan las campanas de Hemingway. Capitanes de la arena también me conmovió mucho. El Principito Y Juan Salvador Gaviota todavía me sirven de libros de cabecera, como Platero y yo, una joya de nuestra lengua.

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  4. El problema del cambio de las prácticas de enseñanza de algunas materias creo que en parte se debe al facilismo. Es la hipocresía de nuestros días exigir cosas de los chicos cuando ni siquiera nosotros damos el ejemplo. Lo tuyo es genial, Viole, porque ya te estás rebelando contra eso y planteás algo diferente para los alumnos, que de eso se trata la enseñanza. Juli ��

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