sábado, 30 de enero de 2016

Amar la trama: la experiencia literaria en la infancia

“’El uso total de la palabra para todos’ me parece un buen lema, de bello sonido democrático. No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo.”
(Gianni Rodari en Gramática de la fantasía)

Desde los primeros momentos de nuestra existencia somos atravesados por el lenguaje. Éste ayuda a conformar nuestro mundo simbólico y nos erige como sujetos que buscan transformar el mundo.
El niño, antes de ser acción, es verbo. Cuando su madre lo nombra, lo constituye como sujeto a través de las palabras y le otorga también el rol de lector. El lenguaje primigenio que se absorbe desde la estancia en la panza forma parte de un ritual muy importante que crea un lugar simbólico: a través de él, se accede a la cultura colectiva y universal cifrada en la literatura.
Es por esto que la lectura en la primera infancia se constituye como una actividad central para poder convertir a los niños en sujetos del lenguaje. Dar de leer desde los primeros momentos de la vida implica dar a todos las mismas oportunidades de formarse y acceder al conocimiento. Siguiendo a Yolanda Reyes “(…) fomentamos la lectura (…) para garantizar, en igualdad de condiciones, el derecho de todo ser humano a ser sujeto de lenguaje: a transformarse y transformar el mundo y a ejercer las posibilidades que otorgan el pensamiento, la creatividad y la imaginación”[1].
Dentro del camino que recorre el niño a través de sus primeros años de vida, las nanas conforman el primer contacto con la literatura. Constituyen una experiencia de acercamiento a la poesía: la sonoridad y expresividad que las caracteriza le transmiten saber al niño acerca de los otros usos de la lengua (además del de comunicar): sanar, enamorar, consolar. Se genera un triángulo amoroso entre bebé, mamá (quien canta) y canción.
Las nanas, como pilares de la cultura, inscriben a los recién nacidos en el mundo simbólico. Muchas veces nombran situaciones difíciles que cuesta poner en palabras y, al enunciarlas, dan cuenta de la experiencia literaria que tiene la posibilidad de nombrar lo innombrable.
A medida que el niño crece, otros textos literarios se incorporan a su recorrido de lectura y escucha. Los cuentos tienen una función central en este sentido, ya que su estructura narrativa (conformada por un inicio, un conflicto y un desenlace) permite al infante organizar sus pensamientos y su representación del mundo para poder organizar su conocimiento, además de permitirle establecer relaciones entre lo ficticio y lo real. Las narraciones también ayudan a fijar nociones de temporalidad y espacialidad.
Se hace indispensable entonces seleccionar adecuadamente el material que vamos a leer a los niños y los libros que vamos a acercarles: evitar la contra-literatura (libros de autoayuda para niños, versiones aggiornadas poco felizmente de cuentos clásicos, etc.) y tratar de elegir literatura infantil pensando en lo literario desde nuestro lugar de lectores, literatura con la que nosotros también pasemos un buen momento.
Debemos realizar una buena selección de historias que despierten su curiosidad, que atrapen su atención, que hagan explotar sus sentidos y les permitan imaginar otros mundos.
¿Cómo encontrar esas historias? ¿Cómo seleccionarlas? Pues leyendo nosotros. Buscando, hurgando en bibliotecas y librerías, investigando. Rastreando textos que nos generen placer de lectura también a los grandes, que nos dejen con la boca abierta, que nos atrapen, que nos asombren. Eligiendo los libros para los chicos desde nuestro lugar de lectores.




[1] Reyes, Y., “Preámbulo: antes de entrar a la casa imaginaria” en La casa imaginaria: lectura y literatura en la primera infancia, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2007. Pág. 15.

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