“’El
uso total de la palabra para todos’ me parece un buen lema, de bello sonido
democrático. No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo.”
(Gianni Rodari en Gramática de la fantasía)
Desde
los primeros momentos de nuestra existencia somos atravesados por el lenguaje.
Éste ayuda a conformar nuestro mundo simbólico y nos erige como sujetos que
buscan transformar el mundo.
El
niño, antes de ser acción, es verbo. Cuando su madre lo nombra, lo constituye
como sujeto a través de las palabras y le otorga también el rol de lector. El
lenguaje primigenio que se absorbe desde la estancia en la panza forma parte de
un ritual muy importante que crea un lugar simbólico: a través de él, se accede
a la cultura colectiva y universal cifrada en la literatura.
Es
por esto que la lectura en la primera infancia se constituye como una actividad
central para poder convertir a los niños en sujetos del lenguaje. Dar de leer
desde los primeros momentos de la vida implica dar a todos las mismas
oportunidades de formarse y acceder al conocimiento. Siguiendo a Yolanda Reyes
“(…) fomentamos la lectura (…) para garantizar, en igualdad de condiciones, el
derecho de todo ser humano a ser sujeto de lenguaje: a transformarse y
transformar el mundo y a ejercer las posibilidades que otorgan el pensamiento,
la creatividad y la imaginación”[1].
Dentro
del camino que recorre el niño a través de sus primeros años de vida, las nanas
conforman el primer contacto con la literatura. Constituyen una experiencia de
acercamiento a la poesía: la sonoridad y expresividad que las caracteriza le
transmiten saber al niño acerca de los otros usos de la lengua (además del de
comunicar): sanar, enamorar, consolar. Se genera un triángulo amoroso entre
bebé, mamá (quien canta) y canción.
Las
nanas, como pilares de la cultura, inscriben a los recién nacidos en el mundo
simbólico. Muchas veces nombran situaciones difíciles que cuesta poner en
palabras y, al enunciarlas, dan cuenta de la experiencia literaria que tiene la
posibilidad de nombrar lo innombrable.
A
medida que el niño crece, otros textos literarios se incorporan a su recorrido
de lectura y escucha. Los cuentos tienen una función central en este sentido,
ya que su estructura narrativa (conformada por un inicio, un conflicto y un
desenlace) permite al infante organizar sus pensamientos y su representación
del mundo para poder organizar su conocimiento, además de permitirle establecer
relaciones entre lo ficticio y lo real. Las narraciones también ayudan a fijar
nociones de temporalidad y espacialidad.
Se
hace indispensable entonces seleccionar adecuadamente el material que vamos a
leer a los niños y los libros que vamos a acercarles: evitar la
contra-literatura (libros de autoayuda para niños, versiones aggiornadas poco
felizmente de cuentos clásicos, etc.) y tratar de elegir literatura infantil
pensando en lo literario desde nuestro lugar de lectores, literatura con la que
nosotros también pasemos un buen momento.
Debemos
realizar una buena selección de historias que despierten su curiosidad, que
atrapen su atención, que hagan explotar sus sentidos y les permitan imaginar
otros mundos.
¿Cómo
encontrar esas historias? ¿Cómo seleccionarlas? Pues leyendo nosotros.
Buscando, hurgando en bibliotecas y librerías, investigando. Rastreando textos
que nos generen placer de lectura también a los grandes, que nos dejen con la
boca abierta, que nos atrapen, que nos asombren. Eligiendo los libros para los
chicos desde nuestro lugar de
lectores.
[1]
Reyes, Y., “Preámbulo: antes de entrar a la casa imaginaria” en La casa imaginaria: lectura y literatura en
la primera infancia, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2007. Pág. 15.
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