miércoles, 7 de febrero de 2018

¿Literatura únicamente "apta para niños"?


          De vez en cuando me pasa que entro en una librería con mi lista de títulos buscados en mano y cuando el vendedor escucha algunos de ellos me mira con cara entre dubitativa y risueña: “Esos títulos son de libros infantiles, no son para vos”. Incluso se han negado a mostrármelos o a decirme precios asegurando que debía estar en un error.
            Más allá de esas actitudes prejuiciosas puntuales, surge el interrogante: ¿Qué ideas preconcebidas rodean a la literatura para niños y jóvenes? ¿Qué es lo que la hace “no apta” para adultos?
            María Teresa Andruetto nos advierte acerca de los peligros de categorizar o encasillar los libros, no por su valor literario, sino por la franja etaria “recomendada”. Cito un fragmento de su texto “Hacia una literatura sin adjetivos”[1], donde explica claramente esta cuestión:

            “El gran peligro que acecha a la literatura infantil y a la juvenil en lo que respecta a su categorización como literatura, es justamente el de presentarse a priori como infantil o como juvenil. Lo que puede haber de ‘para niños’ o ‘para jóvenes’ en una obra debe ser secundario y venir por añadidura, porque el hueso de un texto capaz de gustar a lectores niños o jóvenes no proviene tanto de su adaptabilidad a un destinatario sino sobre todo de su calidad, y porque cuando hablamos de escritura de cualquier tema o género, el sustantivo es siempre más importante que el adjetivo. De todo lo que tiene que ver con la escritura, la especificidad de destinatario es lo primero que exige una mirada alerta, porque es justamente allí donde más fácilmente anidan razones morales, políticas y de mercado.

            Entonces, esas ideas preconcebidas muchas veces tienen que ver con el objetivo educativo/didáctico que al parecer debería tener la literatura destinada a los chicos. ¿Acaso nosotros recordamos con mayor cariño los libros como “Ordenar es bueno” y “Colita, el perro egoísta”? ¿O son los “otros”, los que “no nos enseñaron nada” los que disfrutamos más durante nuestras lecturas infantiles? ¿Acaso una moralina disfrazada con un relato de pobre argumento tuvo para nosotros como niños mayor valor literario que una historia bien narrada que nos teletransportó a otra posible (o imposible) realidad?
            Lo que buscamos cuando leemos literatura es una historia. No un mensaje, no una moraleja. Como adultos buscamos divertirnos, emocionarnos, ponernos en el lugar de otro, vivir aventuras o ver nuestra propia vida resignificada. ¿Por qué, como niños, vamos a buscar otra cosa?
            La literatura que calificamos como “infantil” o “juvenil” debe generarnos a nosotros (aunque seguramente sea desde otro lugar, el nuestro, el adulto, con sus peculiaridades) esa “magia”, esa “chispa” que también nos genera la literatura “para adultos” que leemos (y que al parecer tampoco sería apta para menores o mayores de…¿cuánto? ¿A qué edad empezamos a leer literatura “de adultos” y a qué edad la dejamos para pasar a literatura “de adultos mayores”?)
            Responder ciertos interrogantes no resulta nada sencillo y no es mi idea encontrar una verdad absoluta porque no creo que la haya. Pero sí podemos ensayar posibles respuestas que nos guíen y nos ayuden a pensar.
            En este caso, creo que los libros no pueden ser encorsetados según la “edad ideal de los pequeños lectores” impuesta por el mercado. Más allá de esas categorías (sin negarlas, porque están presentes en casi todas las colecciones que podemos encontrar en las librerías), pienso, desde mi experiencia pasada como niña lectora hurgadora de bibliotecas, que son los chicos los que pueden elegir qué quieren leer, si tienen una oferta variada a su disposición[2]. Y pueden, y deben, equivocarse.
            Quizás ese libro que los enamoró desde la portada no les transmite nada; quizás otro que al principio no les interesó sea el que marque un antes y un después con su lectura. Justamente así como nos pasa a nosotros. De esa manera, mediante la exploración, podrán formar su propio paladar como lectores activos y, una vez que le tomen “el gustito”, nunca podrán dejar ese hermoso vicio de la lectura.


[1] Andruetto, M.T., “Hacia una literatura sin adjetivos” en Hacia una literatura sin adjetivos, Edit. Comunic-arte, 2009.
[2] Aquí considero que entraría en juego otro factor de vital importancia, que es el clásico “educar con el ejemplo”: si insistimos en que los chicos lean pero no ven a nadie disfrutar de la lectura a su alrededor, no leerán (o les costará más hacerlo con placer). De todas formas, dejo este tema para desarrollarlo en un próximo artículo.

lunes, 20 de febrero de 2017

Píldora gramatical: Usos del gerundio

El gerundio es una de las tres formas verbales no conjugadas o no personales. La terminación mediante la cual se conforma depende del modelo de conjugación al que pertenezca el verbo. Así tendremos:
·        -ando para la primera conjugación verbal (amar à amando);
·    -iendo para la segunda y tercera conjugación verbal (temer à temiendo; partir à partiendo)
     
            En general, los gerundios tienen una función adverbial, ya que aparecen en los predicados acompañando a verbos conjugados. Sin embargo, “también conservan (…) un significado verbal del hecho, acontecimiento o proceso que acompaña a la acción o proceso del verbo conjugado”[1]. Por ejemplo:

Se puso a cocinar escuchando música. (Se puso a cocinar mientras escuchaba música)
La profesora explicó el tema brindando ejemplos. (La profesora explicó y brindó ejemplos.)

            En cuanto a su significado, los gerundios de forma simple presentan un aspecto durativo: manifiestan la duración de la acción que nombran. Por su parte, los de forma compuesta presentan un aspecto acabado:

Estuvimos caminando durante horas. // Habiendo caminado mucho, paré a descansar.

            Otra característica de los gerundios es que solamente pueden usarse para expresar simultaneidad o anterioridad de la acción que ellos expresan respecto del verbo conjugado. Por ejemplo:

Almorcé mirando el noticiero. (Simultaneidad à Almorcé mientras miraba el noticiero.)
Habiendo terminado el almuerzo, me puse a estudiar. (Anterioridad à Primero terminé de almorzar y luego comencé a estudiar.)

            De esta manera, aunque actualmente se use con frecuencia en los medios de comunicación, es incorrecto el uso del gerundio cuando éste expresa posterioridad respecto de la acción del verbo conjugado. Por ejemplo:

Se produjo una fuga en el penal, siendo recapturados los delincuentes horas más tarde. (Podemos corregir: Se produjo una fuga en el penal y los delincuentes fueron recapturados horas más tarde.)
Tres personas sufrieron heridas graves en un asalto, muriendo en la ambulancia que las trasladaba. (Podemos corregir: Tres personas sufrieron heridas graves en un asalto y murieron en la ambulancia que las trasladaba.)

            Tampoco es correcto usar gerundios como modificadores de sustantivos, otorgándoles valor de adjetivos calificativos. Por ejemplo:

Le envié un paquete conteniendo ropa y zapatos. (Podemos corregir: Le envié un paquete que contenía ropa y zapatos.)

            Son correctas, en cambio, ciertas expresiones en las que se usa el gerundio como adjetivo, acompañando a un sustantivo, “cuando su acción señala cambio, proceso o transformación perceptible por los sentidos”[2]. Algunos ejemplos:

Agua hirviendo.
Obreros trabajando.
Niños jugando.

            Por último, tengamos en cuenta que el sujeto del gerundio siempre debe ser el mismo que el del verbo conjugado al que acompaña. Si esto no se cumple, la oración está mal construida.

Salió Fernández del campo de juego, entrando Gutiérrez.

            Puede ocurrir, sin embargo, que el gerundio tenga como sujeto al objeto directo del verbo principal de la oración. Esto sucede porque, pese a no ser una forma conjugada, mantiene su condición de forma verbal que selecciona argumentos.

Allá veo a Clarita, jugando como si no pasara nada.

            Espero que les resulte útil esta pequeña píldora gramatical. ¡Nos leemos pronto!



[1] Marin, M., Una gramática para todos, Bs. As., Voz Activa, 2011.
[2] Piedrabuena, I., Condominio de nuestro idioma, Córdoba, Comunic-arte Editorial, 2014.

viernes, 30 de diciembre de 2016

Recapitulando...

         Meses y meses han pasado desde la última vez que intenté sentarme a escribir un poco. El año transcurrió entre idas y vueltas, mucho trabajo, mucho aprendizaje…pero casi nada de ocio. Así que aquí estoy, penúltimo día de 2016, retomando mi escritura.
            Pese a tantas ocupaciones, por suerte pude mantener la costumbre de leer un rato antes de dormir, todas las noches. De esa manera, aunque no haya podido escribir, sí pude leer bastante y variado.
            Hoy quisiera compartir con ustedes una pequeña selección de lo que leí durante este año. No incluí los libros de los que hice reseñas, para evitar repeticiones. También dejé afuera los ensayos o libros teóricos. Estos que enumeraré son los cinco libros de ficción que más huellas dejaron en mí, durante el 2016.
            Dice María Teresa Andruetto que “un buen libro es un libro capaz de quedarse en nosotros, en nuestros corazones, como se quedan las personas que amamos[1]. De esa manera realicé esta selección, pensando qué libros obtuvieron un lugar en mi corazón. Y por eso se los cuento, quizás puedan dejar su huella en ustedes también. O quizás ya la han dejado.
            Decidí ordenarlos alfabéticamente, porque no me gustaba la idea de proponer un número uno, ya que todos para mí lo fueron. Aquí van:

1.    Mujercitas, de L. M. Alcott: este año, por primera vez, leí las casi 800 páginas de la versión completa de este clásico. De chica, había leído la versión “recortada y edulcorada”. Obviamente, la original fue la que se ganó un sitio de lujo en mi biblioteca.
Cada una de las hermanas, con sus personalidades y pasiones, es cautivante; pero Jo es la que se lleva, a mi parecer, el lugar de privilegio. Su pasión por la literatura, sus “arrebatos” de escritura, su afán por ser algo más que una esposa-madre-ama de casa (el mandato de la época). Todas comparten esta última idea, pero ella es la que realmente apuesta por eso.
En fin, la lectura de esta novela fue un fascinante reencuentro con la autora y un redescubrimiento de su obra.
2.  La niña, el corazón y la casa, de M. T. Andruetto : este libro cuenta las peripecias de una familia peculiar. Tina es la niña protagonista, vive en la ciudad con su padre y su abuela. Visita a su madre todos los domingos en el pueblo donde ella vive con su hermano. Solo ve a su mamá ese día de la semana, pero quiere que eso cambie.
Sus deseos, sus miedos, los interrogantes que el mundo le plantea, la relación con su hermano… La novela recorre momentos de la infancia de Tina, en un camino que nos hace recuperar también un poquito de nuestra propia infancia. La escritura de Andruetto, mágica y cautivante, nos hace vibrar al compás del corazón de esa niña.
3.  Los sapos de la memoria, de Graciela Bialet  : en esta novela, Camilo (el protagonista) intenta reconstruir la historia de sus padres (desaparecidos durante la última dictadura militar) y su propia historia. Los mayores que lo rodean le brindan información a cuentagotas y él ata cabos, pregunta, intenta ordenar las fichas del rompecabezas que es su vida.
Al narrar desde la perspectiva de un joven de 17 años, tiene esa mirada adolescente plena de rebeldía, espontánea y un poco cómica, con los sentimientos siempre a flor de piel.
4.  La chica pájaro, de Paula Bombara  : la protagonista de esta novela, Mara, guarda un secreto que la obliga a permanecer trepada a un árbol, escondida, a salvo. Su secreto es el mismo que el de muchas otras chicas: la violencia ejercida sobre ella por quien se cree su dueño. Una vida familiar conflictiva de la que quiere salvarse y salvar a su mamá.
Lo que más me gustó de este libro es la esperanza que se esconde en la escritura y permanece allí, incluso en los momentos terribles. La autora no oculta la angustia, la soledad, el infinito dolor, el miedo; pero, a su vez, nos da (a los lectores y a la protagonista) un “hilo de Ariadna” al que aferrarnos para poder salir del laberinto.
5.    Cuentos escritos a máquina, de Gianni Rodari: Gianni Rodari es uno de mis autores favoritos desde siempre. Este libro contiene 26 cuentos. Cada uno de ellos es un cóctel de humor, ironía, absurdo, ternura y mucha fantasía. Además, presentan una visión muy particular del mundo en que vivimos, que siempre nos “refresca” las ideas.
Cuando tomamos en nuestras manos un libro de Rodari tenemos que estar dispuestos a deshacernos de los convencionalismos, dejar de lado los prejuicios y prepararnos para jugar. Estos “Cuentos escritos a máquina” no son la excepción.
           
            Así concluye este pequeño balance de lecturas de 2016. Espero que les pique el bichito de la curiosidad y puedan leer alguno de estos libros.
            Quisiera que ustedes también me cuenten a mí qué leyeron en este año que ya se va: ¿qué libro los conmovió, los hizo reír, los enamoró, en el 2016? ¿Qué libro se quedó en ustedes y en sus corazones? Los leo.




[1] Andruetto, M.T., Hacia una literatura sin adjetivos, Ed. Comunicarte, Córdoba, 2009.

sábado, 21 de mayo de 2016

"Martín Fierro": de marginado social a emblema nacional

Siempre estudiar literatura argentina es apasionante: los vericuetos y las peripecias de la historia, las dicotomías que atravesaron la conformación de nuestra nación (y que aún hoy la atraviesan), las relaciones que podemos establecer con nuestro presente y las herramientas que nos brinda para reflexionar sobre nuestra identidad (de la que ella forma parte).
Hoy quisiera referirme en particular al “libro nacional”: Martín Fierro.
El Martín Fierro en su totalidad (La Ida + La Vuelta) constituye la culminación del género gauchesco. Hay un claro cambio de conceptos en La Vuelta respecto de la vehemente protesta de La Ida.
Martín Fierro (La Ida) es el poema de denuncia social a favor del gaucho. Hernández plantea dos órdenes jurídicos contrapuestos que generan la cadena de desdichas sufridas por el personaje. Se exponen allí las contradicciones entre la ley oral de la campaña y la ley escrita de las ciudades. La ley de levas y vagos no se aplica en la ciudad; la igualdad ante la ley, que había sido un principio revolucionario, se tergiversa. Hernández tematiza así en el poema su ideario político, que ya ha ido publicando en algunos diarios.
Apenas publicado, el poema fue ampliamente aceptado por el público de las áreas rurales, que se identificó con la historia que se contaba. Se dice que en cada pulpería había una o más copias. Durante las reuniones de gauchos, uno de ellos lo recitaba y los demás escuchaban atentos.
Pese a este gran éxito en el ámbito popular, el lector culto de la ciudad rechazó el Martín Fierro. Hernández era un letrado, pero utilizó en su obra temáticas y lenguajes que no pertenecían al ámbito culto. Eso y el fuerte contenido social que incluyó en el poema, fueron los dos motivos principales por los que la crítica literaria del momento no se hizo eco de la obra.
No podemos obviar, por otra parte, el contexto histórico-político en el que el poema es publicado. Domingo Faustino Sarmiento era presidente en ese momento y su posición respecto a “esa chusma de haraganes” era bastante clara: “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos[1]. Y la mejor forma de “hacer útil” al gaucho fue mandarlo a los fortines a una muerte casi segura, a pelear sin armas y trabajar sin sueldo. Con esto se enfrenta Hernández en La Ida: con la idea de que el habitante de estas tierras era inservible, violento e inculto. El gaucho, nos muestra el autor, es víctima de una justicia corrupta que le quita sus bienes, lo explota, lo maltrata y lo violenta:

Él anda siempre juyendo,
Siempre pobre y perseguido,
No tiene cueva ni nido
Como si juera maldito:
Porque el ser gaucho… ¡barajo!,
El ser gaucho es un delito.
(…)
Él nada gana en la paz
Y es el primero en la guerra;
No le perdonan si yerra,
Que no saben perdonar,
Porque el gaucho en esta tierra
Sólo sirve pa votar.

Para él son los calabozos,
Para él las duras prisiones,
En su boca no hay razones
Aunque la razón le sobre;
Que son campanas de palo
Las razones de los pobres.

La Vuelta presenta un gaucho totalmente distinto, que busca amigarse con la ley, cumplir las normas y educar a sus hijos para que vivan dentro del orden social. Esto se ve claramente en los consejos del Viejo Vizcacha y en la serie de principios que recita Fierro a sus hijos, al final del poema.  
            ¿Qué pasó con el autor en esos años? ¿Por qué cambió tanto su postura? Hernández, al igual que va a hacer su personaje, ha pactado: se ha sumado al “orden” nacional, forma parte ahora de ese orden. Busca, entonces, “despertar la inteligencia y el amor a la lectura”[2] en la población rural con su libro y transmitirles a los gauchos la nueva ley escrita para que ellos también comiencen a formar parte de la nación.
            Pese a este notorio cambio en las ideas del autor, que ya no confrontará con el poder, el rescate del Martín Fierro por parte de los intelectuales y estudiosos de la literatura se produjo recién entre 1910-1916, frente a la necesidad de definir una identidad nacional, que se sentía vulnerada por la presencia de nuevos grupos que se veían como una amenaza al orden social (inmigrantes de diversos países). Se proclama, entonces, al Martín Fierro como el poema épico fundante de la nacionalidad argentina y el gaucho se convierte en el emblema de esa nacionalidad.
               Vemos de esta manera, cómo el personaje de Hernández pasa de gaucho malo a gaucho bueno y conciliador, de marginado social (frente al inmigrante "culto" que se anhelaba) a emblema nacional (frente a ese inmigrante "real" que ya no le gustaba tanto a las clases dirigentes).
           Pese a tantas "idas y vueltas", no podemos negar que este libro vive en el imaginario colectivo de nuestro país. Aunque no lo hayamos leído, conocemos algunas de sus estrofas, algunos de los refranes y enseñanzas que Fierro le transmite a sus hijos en La Vuelta: nos las han transmitido las generaciones anteriores y nosotros se las transmitiremos a las próximas generaciones. Además, las peripecias de La Ida no pierden vigencia, aunque el contexto cambie.
                Martín Fierro es, un poco, cada uno de nosotros.


[1] Carta de Sarmiento a Bartolomé Mitre.
[2] Hernández, J., “Cuatro palabras de conversación con los lectores” en La Vuelta de Martín Fierro.

miércoles, 13 de abril de 2016

Dictadura y literatura infantil (II): "El mar y la serpiente"

“Papá se fue en bici.

Papá se perdió.

Digo, ¿papá se perdió?
Mamá me mira. No habla. Le cae mucha agua de los ojos.
Digo, no llores, mami. Digo, ya va a encontrarse.
Me duele la panza. Pero no lloro.”
(Paula Bombara, El mar y la serpiente)

Continuando con el especial que comenzó en el artículo anterior que publiqué, hoy quisiera reseñar una novela juvenil con la que tuve una experiencia muy especial: “El mar y la serpiente” de Paula Bombara.
            La primera vez que empecé a leerla no pude pasar de las primeras páginas…porque la emoción fue más fuerte. No había lugar para otra cosa que no sean lágrimas. Dejé mi ejemplar en la biblioteca por unos meses. Junté coraje. Y en este mes de marzo lo retomé. Volví a leer esas mismas páginas pero sabiendo lo que venía, mordiéndome los labios…
            No quiero para nada desalentarlos a la lectura. Al contrario. Es tan necesaria esa catarsis frente a dolores tan profundos que hemos vivido o hemos mamado, como en mi caso. Y es necesaria para poder comprender muchas cosas.
             La maestría de Paula Bombara radica en que leyendo esta novela podemos ponernos enteramente en la piel de la protagonista: una niña que un día no ve más a su papá. No entiende muy bien qué pasó con él. Se da cuenta que los adultos fingen y ocultan algo. Es una niña que a lo largo de la novela va creciendo y va descubriendo su historia poco a poco.
            La novela está dividida en tres partes: “La niña”, “La historia” y “La decisión”. La primera narra la infancia de la protagonista, ese momento en el que ocurre la desaparición de su papá. La segunda parte cuenta cómo se va enterando esa niña (que ya creció un poco) de todo lo que ocurrió. La última parte, finalmente, muestra cómo esa protagonista (que ya no es tan niña) decide tomar las riendas de su identidad y contar su verdad.
            Cada parte de este libro está escrita de diferente manera: “La niña” es puro fluir de conciencia de la niña. A lo largo de las páginas notamos cómo ella va creciendo: sus percepciones del mundo y de lo que sucede a su alrededor se van modificando. “La historia” entrelaza diálogos con la madre y monólogos interiores de la protagonista. “La decisión” es un nuevo fluir de conciencia de esta niña-no-tan-niña con breves diálogos intercalados.
            Ese recurso de “exponer” de forma tan directa lo que pasa por la mente de la protagonista es lo que nos moviliza tanto como lectores. El sentimiento de no ser querida, de haber sido abandonada por no ser merecedora del amor de su padre…todo eso que piensa la niña y que nos pone a nosotros en ese lugar desolado. Nos cuestiona: ¿qué hubiésemos pensado si de un día para otro papá no volvía a casa? ¿qué hubiésemos creído si nadie nos decía algo concreto sobre lo que había ocurrido con él? ¿cómo creer que murió? ¿cómo entender lo que ocurrió?
            Toda la novela nos lleva a acompañar a la niña a transitar el largo camino del duelo ante la pérdida de su papá. Un duelo que dura años, porque la verdad se revela a cuentagotas, a medida que la protagonista se rebela y exige saber qué pasó. A medida, también, que la mamá puede abrirse y contar la historia. Y allí, al compartir el duelo madre e hija pueden empezar a sanar sus heridas.
            El relato de Paula Bombara nos emociona, nos conmueve, nos enoja y también nos libera del silencio impuesto. A los que no vivimos la dictadura, nos pone en la piel de quien la padeció de la peor forma: perdiendo, sin entender, a uno de sus seres más amados. Y también nos pone en la piel de quien la padeció desde otros lugares: sabiendo del terror y debiendo callar, sufriendo en silencio no poder revelar su verdad.
            Una novela necesaria para comprender y no olvidar lo que nos ocurrió hace, tan solo, cuarenta años.

            “Un agujero de 30.000 personas que podrían haber hecho tantas cosas…
            No están ni para preguntarles la hora.
            Pero bueno, no podemos cambiar el pasado. Lo que sí podemos hacer es recordar que nos faltan injustamente.
            Yo jamás podré olvidarlos. Lo tengo a mi papá, que me recuerda siempre a los otros 29.999.”[1]



[1] Bombara, P., El mar y la serpiente, Grupo Editorial Norma, 2005.

sábado, 26 de marzo de 2016

Dictadura y literatura infantil (I): "Un elefante ocupa mucho espacio"

          El 24 de marzo de 1976 comenzaba en Argentina la dictadura cívico-militar más terrible de su historia. La literatura infantil no fue un lugar de excepción, ella también padeció la condena, la persecución y la censura. Este artículo y los siguientes que publicaré tocarán el tema de la relación dictadura-literatura infantil. El de hoy hablará de uno de los libros que fue prohibido durante esos años; los próximos serán sobre la literatura que se escribió después para ponerle voz a lo que ocurrió (y a sus protagonistas).

            “Un elefante ocupa mucho espacio” de Elsa Bornemann fue prohibido en su totalidad (los quince cuentos que incluye el volumen) en octubre de 1977, mediante el decreto 3155 de la Junta Militar. Entre las razones esgrimidas se encontraban las siguientes: que “se trata de cuentos destinados al público infantil con una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria para la tarea de captación ideológica del accionar subversivo” y que “de su análisis surge una posición que agravia a la moral, a la familia, al ser humano y a la sociedad que éste compone”[1].
            Quien sea que se tome el trabajo de leer uno a uno los quince relatos que conforman el libro podrá percibir la ternura, la sensibilidad, los valores que irradian. Elsa Bornemann nos toma de la mano y nos lleva a pasear por caminos repletos de amistad, libertad, solidaridad, amor profundo y, sobre todo, mucha fantasía. Quizás esa sea la verdadera razón de menudo agravio por parte de la Junta Militar.
¿Es buena o mala la fantasía? Según Graciela Montes[2], luego de haber sido desprestigiada en años anteriores, la fantasía volvió, a lo largo del siglo XX, a tener mayor libertad y su valor en la literatura infantil pasó a ser mayor. Gracias a Piaget, que postuló que el juego simbólico (el “jugar a ser” y el “jugar a hacer”) es central para el desarrollo de la inteligencia y para adaptarse creativamente a la realidad. La fantasía no resultaba “tan evasora de lo real como parecía”[3]; al contrario, “se nutría de lo real y revertía sobre lo real”[4].
El niño, a través de ese juego donde la fantasía lo ayuda a postular simbólicamente distintas situaciones, puede enfrentar miedos y conflictos, anticipar situaciones y compensar carencias o ausencias.
Las historias que Bornemann nos cuenta en “Un elefante ocupa mucho espacio” son grandes metáforas que, mediante la fantasía, nos llevan a la reflexión. Cualquier obra humana que estimulara el pensamiento era rechazada y censurada en esos años oscuros.

El libro fue premiado internacionalmente en octubre de 1976: se lo incluyó en el Cuadro de Honor del Premio Internacional “Hans Christian Andersen” otorgado por IBBY[5].
El primer relato del volumen es el más conocido: los animales de un circo se niegan a trabajar e inician una huelga exigiendo volver a su tierra natal. El elefante Víctor es quien tiene esa idea “tan enorme como su cuerpo”. La historia no presenta únicamente una reivindicación gremial justa (los animales eran los que trabajaban sin cobrar y además enjaulados e infelices) sino que incluso el planteo postula una reivindicación ecológica: los animales exigen volver al lugar del que nunca deberían haber sido sacados.
Caso Gaspar” plantea otra historia “subversiva”: Gaspar es un vendedor ambulante que un día decide cambiar su rutina y comenzar a caminar con las manos durante sus recorridos eternos por las calles de la ciudad. La policía lo detiene y lo interroga durante días. Mientras tanto, los ladrones asaltan bancos con total tranquilidad: toda la fuerza pública está ocupada con el “caso Gaspar”. Finalmente, a Gaspar se le ocurre hacer una sencilla pregunta que le otorga nuevamente la libertad: “¿Está prohibido caminar sobre las manos?”. Como no existe ley que prohíba esa forma de desplazarse, la policía se ve obligada a liberarlo y dejarlo circular tranquilo.
El cuento “Pablo” nos habla de las palabras, de su valor…y de la magia que conlleva el trabajo del poeta que esculpe pieza por pieza sus escritos. Es una historia muy breve en cuanto a acciones pero inagotable en su valor estético.
El último relato que quisiera mencionar es “Cuento con caricia”. En él, un grupo de animales, uno a uno y en cadena, descubren lo que es una caricia. Magistral relato, bellísimo y repleto de ternura. La cuestión de las diferencias y la comunión del hombre con la naturaleza son temas que también se tocan en este hermoso cuento.

La dictadura cívico-militar intentó silenciar este volumen cargado de valiosas palabras, pero afortunadamente logró el efecto contrario: convertirlo en un estandarte de la literatura infantil argentina a nivel internacional, reconocido y elogiado hasta el día de hoy, leído por generaciones y generaciones de argentinos que se niegan a olvidar.
Elsa Bornemann es una de mis escritoras favoritas. Su literatura siempre nos deja pensando. Y la maestría con la que moldea la lengua hace que sus obras sean de una belleza literaria extraordinaria.
¡No dejen de leer “Un elefante ocupa mucho espacio” y compartirlo!



[1] Ambas son citas textuales del mencionado decreto, extraídas de la edición actual del libro (2014) de Alfaguara Infantil (pág.102).
[2] Montes, G., “Realidad y fantasía o cómo se construye el corral de la infancia” (1984) en El corral de la infancia, FCE, México, 2001.
[3] Op. Cit., pág. 25.
[4] Op. Cit., pág. 25.
[5] IBBY: International Board of Books for Young People. El premio “Andersen” es el equivalente al Nobel de Literatura, otorgado a la Literatura Infantil.

domingo, 28 de febrero de 2016

Jugar con la escritura

           Hasta ahora, en todos los artículos en los que hablé de la literatura, lo hice desde el punto de vista de la lectura. Hoy quisiera, por eso, dedicarle un rato a la escritura.
            Cuando proponemos una actividad de escritura a nuestros alumnos (sean jóvenes o adultos), a veces ocurre que ellos se niegan o se ponen muy nerviosos por tener que escribir. Esto es totalmente comprensible ya que la escritura es una actividad en la que ponemos el alma en el papel y es normal sentir vergüenza o sentirnos muy expuestos al tener que dejar que otros lean lo que nosotros volcamos en un texto.
            Sin embargo, la escritura también nos libera. En muchas ocasiones puede ser un cable a tierra, para descargar emociones o sentimientos que nos pesan retenidos en nuestro interior. Y además, la escritura puede ser un juego, si aplicamos las estrategias adecuadas.
            Quisiera proponer aquí una serie de juegos y desafíos con el lenguaje y con la escritura. Casi todos, por su baja dificultad, son aptos para todas las edades. Incluso son muy interesantes para jugarlos entre adultos, para conocernos o divertirnos en grupo.
Tengan en cuenta que esta es solo una pequeña selección de todas las propuestas creativas que existen, que son infinitas. Todas las que enumero, las he probado con los grupos de chicos con los que trabajo y también, algunas, las he jugado en grupos de adultos. Aquí van:

1. NUESTRO NOMBRE: este es un juego que sirve para presentarnos, el primer día de clases o la primera reunión de un grupo de escritura. Lo que cada uno hace, en la hoja, es escribir su nombre en forma vertical. Luego, pensamos una frase que comience con cada una de las letras y que cuente algo de uno. Por ejemplo:
V: vivo en Rosario
I: inventar recetas es un pasatiempo para mí
O: oigo todo tipo de música
L: leer es lo que más me gusta hacer
E: enseño en escuelas secundarias
T: tengo una perra llamada Huayra
A: a veces escribo cuentos
Cuando todos han terminado, leemos en voz alta cada presentación.

2. TODAS LAS PALABRAS COMIENZAN CON…: la propuesta de este juego es escribir un texto en el que todas las palabras comiencen con la misma letra. Puede ser una letra de la que estuvimos estudiando las reglas ortográficas (si es un ejercicio escolar) o una letra elegida al azar si jugamos por jugar. No sólo sirve para ejercitar nuestra escritura, además ayuda a ampliar el vocabulario (podemos tener un diccionario para consulta a mano).Otra opción es que las palabras del texto comiencen por las vocales, en el orden tradicional (a, e, i, o, u), por ejemplo: “Agustina Escribe Índices Onomásticos Últimamente. Al Estar Inspirada Ocurre…”. Los resultados de este juego suelen ser disparatados, muy divertidos.

3. IMÁGENES QUE CUENTAN: para este juego necesitamos, además de papel y lápiz o lapicera, algunas fotos o dibujos recortados de revistas y diarios (por lo menos tres o cuatro). La idea es que escribamos historias a partir de esas imágenes. Puede ser que cada uno trabaje individualmente, que formemos parejas o que hagamos una única historia entre todos. Si trabajamos de forma individual o en parejas, una vez que todos terminaron se leen las historias en voz alta y se puede elegir la más creativa, o la más graciosa, o la más tenebrosa…o lo que se les ocurra. Si elaboramos una única historia entre todos, lo mejor es que haya un coordinador que tome nota de las ideas que surgen y elabore un borrador que luego pulirán grupalmente.

4. BINOMIO FANTÁSTICO: esta propuesta creativa se encuentra explicada en detalle en el libro de Gianni Rodari que cito al final del artículo. La idea es que a partir de dos palabras que nada tienen que ver, pueda surgir una historia. Dos participantes del grupo toman un papel y cada uno escribe una palabra sin ver la palabra del otro. Luego, se muestran al grupo. Cada participante debe unirlas en un relato, de la manera que quiera. Rodari da el ejemplo de “perro” y “armario”; sugiere que lo ideal es intentar relacionarlas a través de una preposición: de allí puede surgir “el perro con el armario”, “el armario de un perro”, “el perro en el armario” o cualquier otra combinación que se les ocurra.

Hasta aquí cuatro propuestas de juego. A partir de ellas, ustedes mismos pueden adaptar la actividad al grupo en el que trabajen (o a la reunión en la que quieren jugarlo) o pueden idear otras propuestas.
En general, a la hora de producir lo mejor es proponer un tiempo limitado de trabajo (diez minutos, veinte minutos o media hora, lo que consideren) e intentar que todos cumplan con lo estipulado. La escritura surge de forma más fluida o creativa si trabajamos contrarreloj.

Espero que puedan probarlos en la escuela, en algún cumpleaños, reunión familiar…o simplemente entre amigos. Pueden contarme en los comentarios sus experiencias. ¡A jugar con las palabras!

BONUS:
Les dejo las referencias de dos libros que pueden consultar si les interesa profundizar en el tema. Ambos contienen teoría y muchas propuestas creativas para escribir o inventar historias:
Gramática de la fantasía de Gianni Rodari: un clásico con muuuuuchas ideas para experimentar el sentido liberador que puede tener la palabra.
La palabra mágica. Taller de literatura de Ricardo Mariño y Silvia Schujer: dos escritores argentinos que, a lo largo de doce capítulos  ordenados temáticamente, nos proporcionan material de lectura e ideas para estimular la creatividad y la escritura.