“Papá se fue en bici.
Papá se perdió.
Digo, ¿papá se perdió?
Mamá me mira. No habla. Le cae mucha
agua de los ojos.
Digo, no llores, mami. Digo, ya va
a encontrarse.
Me duele la panza. Pero no lloro.”
(Paula Bombara, El mar y la serpiente)
Continuando
con el especial que comenzó en el artículo anterior que publiqué, hoy quisiera
reseñar una novela juvenil con la que tuve una experiencia muy especial: “El mar y la
serpiente” de Paula Bombara.
La primera vez que empecé a leerla no pude pasar de las
primeras páginas…porque la emoción fue más fuerte. No había lugar para otra
cosa que no sean lágrimas. Dejé mi ejemplar en la biblioteca por unos meses. Junté
coraje. Y en este mes de marzo lo retomé. Volví a leer esas mismas páginas pero
sabiendo lo que venía, mordiéndome los labios…
No quiero para nada desalentarlos a la lectura. Al contrario.
Es tan necesaria esa catarsis frente a dolores tan profundos que hemos vivido o
hemos mamado, como en mi caso. Y es necesaria para poder comprender muchas
cosas.
La maestría de
Paula Bombara radica en que leyendo esta novela podemos ponernos enteramente en
la piel de la protagonista: una niña que un día no ve más a su papá. No entiende
muy bien qué pasó con él. Se da cuenta que los adultos fingen y ocultan algo. Es
una niña que a lo largo de la novela va creciendo y va descubriendo su historia
poco a poco.
La novela está dividida en tres partes: “La niña”, “La
historia” y “La decisión”. La primera narra la infancia de la protagonista, ese
momento en el que ocurre la desaparición de su papá. La segunda parte cuenta
cómo se va enterando esa niña (que ya creció un poco) de todo lo que ocurrió.
La última parte, finalmente, muestra cómo esa protagonista (que ya no es tan
niña) decide tomar las riendas de su identidad y contar su verdad.
Cada parte de este libro está escrita de diferente
manera: “La niña” es puro fluir de conciencia de la niña. A lo largo de las
páginas notamos cómo ella va creciendo: sus percepciones del mundo y de lo que
sucede a su alrededor se van modificando. “La historia” entrelaza diálogos con
la madre y monólogos interiores de la protagonista. “La decisión” es un nuevo
fluir de conciencia de esta niña-no-tan-niña con breves diálogos intercalados.
Ese recurso de “exponer” de forma tan directa lo que pasa
por la mente de la protagonista es lo que nos moviliza tanto como lectores. El sentimiento
de no ser querida, de haber sido abandonada por no ser merecedora del amor de
su padre…todo eso que piensa la niña y que nos pone a nosotros en ese lugar
desolado. Nos cuestiona: ¿qué hubiésemos pensado si de un día para otro papá no
volvía a casa? ¿qué hubiésemos creído si nadie nos decía algo concreto sobre lo
que había ocurrido con él? ¿cómo creer que murió? ¿cómo entender lo que ocurrió?
Toda la novela nos lleva a acompañar a la niña a
transitar el largo camino del duelo ante la pérdida de su papá. Un duelo que
dura años, porque la verdad se revela a cuentagotas, a medida que la
protagonista se rebela y exige saber qué pasó. A medida, también, que la mamá
puede abrirse y contar la historia. Y allí, al compartir el duelo madre e hija
pueden empezar a sanar sus heridas.
El relato de Paula Bombara nos emociona, nos conmueve,
nos enoja y también nos libera del silencio impuesto. A los que no vivimos la
dictadura, nos pone en la piel de quien la padeció de la peor forma: perdiendo,
sin entender, a uno de sus seres más amados. Y también nos pone en la piel de
quien la padeció desde otros lugares: sabiendo del terror y debiendo callar,
sufriendo en silencio no poder revelar su verdad.
Una novela necesaria para comprender y no olvidar lo que
nos ocurrió hace, tan solo, cuarenta años.
“Un agujero de 30.000 personas que podrían haber hecho
tantas cosas…
No están ni para preguntarles la hora.
Pero bueno, no podemos cambiar el pasado. Lo que sí
podemos hacer es recordar que nos faltan injustamente.
Yo jamás podré olvidarlos. Lo tengo a mi papá, que me
recuerda siempre a los otros 29.999.”[1]