miércoles, 7 de febrero de 2018

¿Literatura únicamente "apta para niños"?


          De vez en cuando me pasa que entro en una librería con mi lista de títulos buscados en mano y cuando el vendedor escucha algunos de ellos me mira con cara entre dubitativa y risueña: “Esos títulos son de libros infantiles, no son para vos”. Incluso se han negado a mostrármelos o a decirme precios asegurando que debía estar en un error.
            Más allá de esas actitudes prejuiciosas puntuales, surge el interrogante: ¿Qué ideas preconcebidas rodean a la literatura para niños y jóvenes? ¿Qué es lo que la hace “no apta” para adultos?
            María Teresa Andruetto nos advierte acerca de los peligros de categorizar o encasillar los libros, no por su valor literario, sino por la franja etaria “recomendada”. Cito un fragmento de su texto “Hacia una literatura sin adjetivos”[1], donde explica claramente esta cuestión:

            “El gran peligro que acecha a la literatura infantil y a la juvenil en lo que respecta a su categorización como literatura, es justamente el de presentarse a priori como infantil o como juvenil. Lo que puede haber de ‘para niños’ o ‘para jóvenes’ en una obra debe ser secundario y venir por añadidura, porque el hueso de un texto capaz de gustar a lectores niños o jóvenes no proviene tanto de su adaptabilidad a un destinatario sino sobre todo de su calidad, y porque cuando hablamos de escritura de cualquier tema o género, el sustantivo es siempre más importante que el adjetivo. De todo lo que tiene que ver con la escritura, la especificidad de destinatario es lo primero que exige una mirada alerta, porque es justamente allí donde más fácilmente anidan razones morales, políticas y de mercado.

            Entonces, esas ideas preconcebidas muchas veces tienen que ver con el objetivo educativo/didáctico que al parecer debería tener la literatura destinada a los chicos. ¿Acaso nosotros recordamos con mayor cariño los libros como “Ordenar es bueno” y “Colita, el perro egoísta”? ¿O son los “otros”, los que “no nos enseñaron nada” los que disfrutamos más durante nuestras lecturas infantiles? ¿Acaso una moralina disfrazada con un relato de pobre argumento tuvo para nosotros como niños mayor valor literario que una historia bien narrada que nos teletransportó a otra posible (o imposible) realidad?
            Lo que buscamos cuando leemos literatura es una historia. No un mensaje, no una moraleja. Como adultos buscamos divertirnos, emocionarnos, ponernos en el lugar de otro, vivir aventuras o ver nuestra propia vida resignificada. ¿Por qué, como niños, vamos a buscar otra cosa?
            La literatura que calificamos como “infantil” o “juvenil” debe generarnos a nosotros (aunque seguramente sea desde otro lugar, el nuestro, el adulto, con sus peculiaridades) esa “magia”, esa “chispa” que también nos genera la literatura “para adultos” que leemos (y que al parecer tampoco sería apta para menores o mayores de…¿cuánto? ¿A qué edad empezamos a leer literatura “de adultos” y a qué edad la dejamos para pasar a literatura “de adultos mayores”?)
            Responder ciertos interrogantes no resulta nada sencillo y no es mi idea encontrar una verdad absoluta porque no creo que la haya. Pero sí podemos ensayar posibles respuestas que nos guíen y nos ayuden a pensar.
            En este caso, creo que los libros no pueden ser encorsetados según la “edad ideal de los pequeños lectores” impuesta por el mercado. Más allá de esas categorías (sin negarlas, porque están presentes en casi todas las colecciones que podemos encontrar en las librerías), pienso, desde mi experiencia pasada como niña lectora hurgadora de bibliotecas, que son los chicos los que pueden elegir qué quieren leer, si tienen una oferta variada a su disposición[2]. Y pueden, y deben, equivocarse.
            Quizás ese libro que los enamoró desde la portada no les transmite nada; quizás otro que al principio no les interesó sea el que marque un antes y un después con su lectura. Justamente así como nos pasa a nosotros. De esa manera, mediante la exploración, podrán formar su propio paladar como lectores activos y, una vez que le tomen “el gustito”, nunca podrán dejar ese hermoso vicio de la lectura.


[1] Andruetto, M.T., “Hacia una literatura sin adjetivos” en Hacia una literatura sin adjetivos, Edit. Comunic-arte, 2009.
[2] Aquí considero que entraría en juego otro factor de vital importancia, que es el clásico “educar con el ejemplo”: si insistimos en que los chicos lean pero no ven a nadie disfrutar de la lectura a su alrededor, no leerán (o les costará más hacerlo con placer). De todas formas, dejo este tema para desarrollarlo en un próximo artículo.