Siempre
estudiar literatura argentina es apasionante: los vericuetos y las peripecias
de la historia, las dicotomías que atravesaron la conformación de nuestra
nación (y que aún hoy la atraviesan), las relaciones que podemos establecer con
nuestro presente y las herramientas que nos brinda para reflexionar sobre
nuestra identidad (de la que ella forma parte).
Hoy
quisiera referirme en particular al “libro nacional”: Martín Fierro.
El Martín Fierro en su totalidad (La Ida + La Vuelta) constituye la
culminación del género gauchesco. Hay un claro cambio de conceptos en La Vuelta respecto de la vehemente
protesta de La Ida.
Martín Fierro (La
Ida) es el poema de denuncia social a favor del gaucho. Hernández plantea
dos órdenes jurídicos contrapuestos que generan la cadena de desdichas sufridas
por el personaje. Se exponen allí las contradicciones entre la ley oral de la
campaña y la ley escrita de las ciudades. La ley de levas y vagos no se aplica
en la ciudad; la igualdad ante la ley, que había sido un principio
revolucionario, se tergiversa. Hernández tematiza así en el poema su ideario
político, que ya ha ido publicando en algunos diarios.
Apenas
publicado, el poema fue ampliamente aceptado por el público de las áreas
rurales, que se identificó con la historia que se contaba. Se dice que en cada
pulpería había una o más copias. Durante las reuniones de gauchos, uno de ellos
lo recitaba y los demás escuchaban atentos.
Pese
a este gran éxito en el ámbito popular, el lector culto de la ciudad rechazó el
Martín Fierro. Hernández era un
letrado, pero utilizó en su obra temáticas y lenguajes que no pertenecían al
ámbito culto. Eso y el fuerte contenido social que incluyó en el poema, fueron
los dos motivos principales por los que la crítica literaria del momento no se
hizo eco de la obra.
No
podemos obviar, por otra parte, el contexto histórico-político en el que el
poema es publicado. Domingo Faustino Sarmiento era presidente en ese momento y
su posición respecto a “esa chusma de haraganes” era bastante clara: “No trate
de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al
país. La sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que
tienen de seres humanos”[1]. Y la mejor forma de
“hacer útil” al gaucho fue mandarlo a los fortines a una muerte casi segura, a
pelear sin armas y trabajar sin sueldo. Con esto se enfrenta Hernández en La Ida: con la idea de que el habitante
de estas tierras era inservible, violento e inculto. El gaucho, nos muestra el
autor, es víctima de una justicia corrupta que le quita sus bienes, lo explota,
lo maltrata y lo violenta:
Él anda siempre
juyendo,
Siempre pobre y
perseguido,
No tiene cueva ni
nido
Como si juera
maldito:
Porque el ser gaucho…
¡barajo!,
El ser gaucho es un
delito.
(…)
Él nada gana en la
paz
Y es el primero en la
guerra;
No le perdonan si
yerra,
Que no saben
perdonar,
Porque el gaucho en
esta tierra
Sólo sirve pa votar.
Para él son los
calabozos,
Para él las duras
prisiones,
En su boca no hay
razones
Aunque la razón le
sobre;
Que son campanas de
palo
Las razones de los
pobres.
La Vuelta presenta un gaucho totalmente
distinto, que busca amigarse con la ley, cumplir las normas y educar a sus
hijos para que vivan dentro del orden social. Esto se ve claramente en los
consejos del Viejo Vizcacha y en la serie de principios que recita Fierro a sus
hijos, al final del poema.
¿Qué pasó con el autor en esos años? ¿Por qué cambió
tanto su postura? Hernández, al igual que va a hacer su personaje, ha pactado: se
ha sumado al “orden” nacional, forma parte ahora de ese orden. Busca, entonces,
“despertar la inteligencia y el amor a la lectura”[2] en la población rural con
su libro y transmitirles a los gauchos la nueva ley escrita para que ellos
también comiencen a formar parte de la nación.
Pese a este notorio cambio en las ideas del autor, que ya
no confrontará con el poder, el rescate del Martín
Fierro por parte de los intelectuales y estudiosos de la literatura se
produjo recién entre 1910-1916, frente a la necesidad de definir una identidad
nacional, que se sentía vulnerada por la presencia de nuevos grupos que se
veían como una amenaza al orden social (inmigrantes de diversos países). Se
proclama, entonces, al Martín Fierro
como el poema épico fundante de la nacionalidad argentina y el gaucho se
convierte en el emblema de esa nacionalidad.
Vemos de esta manera, cómo el personaje de Hernández pasa de gaucho malo a gaucho bueno y conciliador, de marginado social (frente al inmigrante "culto" que se anhelaba) a emblema nacional (frente a ese inmigrante "real" que ya no le gustaba tanto a las clases dirigentes).
Pese a tantas "idas y vueltas", no podemos negar que este libro vive en el imaginario colectivo de nuestro
país. Aunque no lo hayamos leído, conocemos algunas de sus estrofas, algunos de
los refranes y enseñanzas que Fierro le transmite a sus hijos en La Vuelta: nos las han transmitido las
generaciones anteriores y nosotros se las transmitiremos a las próximas
generaciones. Además, las peripecias de La
Ida no pierden vigencia, aunque el contexto cambie.
Martín Fierro es, un
poco, cada uno de nosotros.